La doctora Cecilia Blanco, reconocida como una educadora “pro social” que transformó la vida de muchas personas desde las aulas comparte un “recorrido existencial”. Una mirada sobre “la capacidad socializadora de la educación cuando logra dinamizar la creatividad de la escuela”.
Elijo iniciar esta reflexión como un recorrido existencial, fruto de lecturas y experiencias con muchos adolescentes. Esperando confirmar con esta presentación compartida la capacidad socializadora de la educación cuando logra dinamizar la creatividad de la escuela.
La educación es un llamado para que los educadores sean cruzadores de fronteras, comprometidos en la creación de espacios públicos alternativos, donde coexistan la igualdad social, la diversidad cultural y la democracia participativa. Quisiera ofrecerles una experiencia histórica, concreta.
En la década de los 90, cuando tenía asignadas las clases de Psicología y Filosofía en una escuela secundaria de Buenos Aires, me propusieron componer los contenidos de una nueva asignatura extracurricular: Formación ética y social, para las alumnas de los tres últimos años (tercero, cuarto y quinto). Pedí trabajar en equipo con otros docentes para diseñar un programa en el que buscábamos encontrarnos con las inquietudes de los adolescentes. Hacer una experiencia de intercambio y reflexión libre que fortaleciera el compromiso social. A pesar de nuestros esfuerzos, las alumnas rápidamente se acostaron en el piso y poniendo las mochilas como almohadas, nos dijeron que no tenían interés en nada que tomara más horario.
Lentamente fuimos ofreciendo films o dinámicas que crearon una mirada más amplia de la realidad, pero con esta participación no llegábamos a comprender cuáles eran sus reales intereses. Conseguimos entonces que la rectoría nos permitiera hacer una experiencia diversa. Tapizamos una pared de cada una de las tres aulas con grandes papeles de escenografía. Creamos un ambiente de confianza apartado con todos los docentes del instituto, para que los alumnos pudieran escribir en forma anónima y con total libertad lo que desearan, sin recibir por eso ninguna sanción. Durante una semana, en cada una de las aulas, colores, frases, dibujos, fueron llenando cada espacio de las aulas empalizadas de papel. Revisamos y leímos con detalle cada escrito o dibujo registrando y valorando cada mensaje.
Convocamos luego a cada grupo para hacerles, en un ambiente reservado, cálido, la devolución de lo que entendíamos eran sus gustos, intereses y preocupaciones. Nuestra profunda sorpresa fue que los tres grupos de adolescentes no reconocían sus escritos como sus temas prioritarios: “Escribimos porque nos dieron la oportunidad, pero no son las cosas que nos interesan. No sabíamos que querían conocernos”, dijeron.
Entonces redoblamos la apuesta y en ese mismo ambiente propusimos escribir nuevamente en el reverso de los mismos grandes papeles. Nuestra sorpresa fue inmensa. Ya no había frases obscenas o de rechazo, sino cartas a los padres, preguntas por familiares desaparecidos, experiencias y deseos de ser y hacer; buscar amor, vivencias dolorosas que atravesaban sus historias y su vida. Nuestra cartelera no terminó de escribirse enseguida. En los días sucesivos llegaban poemas, artesanías, canciones que querían escribirse en ese espacio compartido que íbamos creando.
Con autorización de los directivos, reunimos a los tres grupos con una propuesta: Hacer de nuestro tiempo junto un motivo para que otros sean más felices y respondieran al mismo tiempo a sus inquietudes. Presentamos tres instituciones del barrio que nos permitían participar, según nuestras posibilidades, en la vida de otros. Se rompió la estructura del grupo de estudios, y nacieron equipos de servicio y cercanía; en una biblioteca popular, en un hogar de adultos mayores, en una escuela de niños con capacidades mentales disminuidas.
La aceptación del proyecto por parte de las familias de nuestras alumnas fue unánime. Acompañé a los grupos al hogar de tercera edad y a la escuela de niños durante dos años.
No podré agradecer suficientemente lo que han transmitido. Para asistir al hogar de ancianos, estudiamos y nos preparamos juntos para entender el proceso de personalidad de la tercera edad: los riesgos, las necesidades y las condiciones de las instituciones que los acogen. Fuimos a conocerlos, hablamos con ellos y en modo especial, a partir de la música, con un cancionero y fechas de cumpleaños, las chicas organizaron equipos de fiestas, y otros, de visita a las habitaciones.
Ellos deseaban bailar y festejar la vida que estas jóvenes extrañaban. Nos esperaban todas las semanas. A medida que pasó el tiempo, comenzamos a conocernos más, sobre todo a saber cuáles eran las circunstancias donde dejaba más huella la soledad. La mayoría no tenía quien los acompañara para salir a tomar sol, o buscar libros para compartir. Recuerdo una abuelita que me pidió el contrato social de Rosseau. Entonces, ese vínculo que habíamos formado, lo reflexionábamos semanalmente en la escuela. Los alumnos se organizaron en equipos para ir otros días acompañarlos a la plaza, pero también a revisar sus necesidades de trámites, conocer las leyes que amparaban la tercera edad, conseguirles beneficios, leerles su libro, conseguir remedios. Aparecieron más necesidades que maduraron en la relación con los abuelos construyendo compromisos más estables, como asesorar en la administración de las actividades del hogar, disponer con facilidad de sus pertenencias, ayudarles a planificar sus medicaciones, armar con cada uno las fechas de su calendario familiar. Las alumnas, con sus conocimientos de administración e informática, crearon recursos nuevos para todos y los docentes de la escuela favorecieron estos aprendizajes.
En la escuela de niños con necesidades especiales. Se trata de una población compuesta por un grupo de niños con dificultades cognitivas y también niños o adolescentes con papás judicializados, algunas víctimas de abusos que viven en el piso superior de la escuela, cuidados por preceptores. En la mañana todos participaban en las actividades de la escuela de nivel primario donde asisten otros niños que llegan de sus hogares. Nuestra oportunidad estaba en poder acompañar a los quince que vivían en el hogar, que por tener poca estimulación tenían más dificultades en el aprendizaje y en su modo de relación.
Nos preparamos con el aporte de distintas materias de la formación escolar. Según las teorías del desarrollo cognitivo, organizamos los primeros juegos estudiando sus posibilidades sociales y relacionales. Luego fuimos estableciendo promesas claras para no generar decepción sobre los momentos que podríamos compartir con ellos.
En diversos equipos asumimos acompañarlos en las tareas escolares y a partir de nuestros aprendizajes creamos juegos para enseñar matemáticas, geografía, gramática, salud e higiene. Creamos una biblioteca y decoramos un salón de baile y juegos. La primera sorpresa fue la de nuestras mismas alumnas adolescentes que se encontraban haciendo tareas como enseñar a tender una cama, ordenar un placard, coser. En ellos colocaban su amor y conocimientos, sorprendiéndose de sus mismas actitudes: “Si se entera mi mamá, que en casa no hago nada…” nos habíamos propuesto compartir lo que somos. Una presencia segura que creíamos que necesitaban. Era esencial para los chicos nuestra fidelidad a lo que pactábamos. Tuvimos que aprender a sobreponernos a su lenguaje y gestos, fruto de su ambiente, ofreciendo otras posibilidades de trato.
La actividad en el hogar no interfirió en el desarrollo del proyecto curricular. Nuestras alumnas tuvieron un desempeño mejor de su perfil escolar y el año se desarrolló con éxitos en sus habilidades cognitivas y sociales. Pero mi sorpresa fue que al regresar de las vacaciones de verano, supe que varias de ellas habían continuado con las visitas a los niños del hogar. Cuando terminó el segundo año de nuestra experiencia, y llegando al final de año nos piden desde el colegio hogar, compartir con ellos la fiesta de cierre. En la entrega de los premios a los compañeros que más habían ayudado a los demás recibieron la medalla a Mejor Compañero. Estos niños, aparentemente carentes de tanto, habían ofrecido a todos nosotros la constatación del valor infinito del ser humano de transformar, superar sus propios obstáculos a partir de espacios de confianza que permiten reorganizar las energías hacia lo más vivo y profundo de nosotros.
Del orden al caos
La estructura escolar donde transcurren nuestros adolescentes y jóvenes gran parte de sus horas ha sido diseñada en el siglo XIX para contener y conformar a una población funcional a un sistema de verticalismo y sumisión cuyo modelo es la uniformización de los procesos productivos en serie. El vocabulario del sistema escolar, sus reglamentaciones y sus evaluaciones refuerzan ese modelo descartando espacios reflexivos y creativos.
Hoy debemos mirar una nueva clave epistemológica en la que desde hace décadas discurren nuestros pensamientos científicos y que todavía no han llegado al sistema escolar. Gran parte de la energía afectiva y creativa de nuestros jóvenes transita fuera de los espacios de educación formal y por ello logran mapas cognitivos débiles de valores sin poder desarrollar empatías y opciones capaces de signar positivamente sus futuros comportamientos sociales. ¿A qué universo de significado debemos hoy promover a los niños y jóvenes? ¿Cuáles son los grandes desafíos?
Sin duda no podemos pensar en márgenes estrechos en un mundo que, desde la tecnología, será siempre más interconectado. Muchas veces la institución educativa promueve una conducta reglada por un orden impuesto pero carente del don del amor y del universo maravilloso de las emociones como camino en la institución ética de lo digno de ser amado. También constatamos la actitud de adultos y familias ante normas vacías de significación. Esta tensión se mantiene en rizos retroalimentadores de conductas y estructuras.
Nuestros jóvenes conviven con desafíos y realidades que interpelan su presente y su sensibilidad y que no pueden ser analizadas con una racionalidad escindida del contexto y con pretensiones de universalidad.
La corrupción, que no es ajena al sistema educativo, se ha instalado en los modelos de naturalización de la exclusión, la indiferencia al desgranamiento escolar o al bajo rendimiento, problemáticas que requieren una mirada plural y un compromiso comunitario con el significado vital de los aprendizajes.
Paradigmas homogeneizantes han limitado la esencial creatividad de la vida capaz de soluciones inéditas ante nuevos escenarios. Siguiendo los conceptos de la teoría del caos, podemos decir que estos modelos carecen de creatividad, pero se sostienen a través de la propaganda.
Un cambio de mirada
La experiencia vivida por nuestras alumnas fue la de permitirnos sospechar de la apatía que ellas manifestaban. Abrimos una brecha en el control disciplinario que permitió, a través de los graffitis en las aulas, la oportunidad de una nueva perspectiva de la vida. La verdadera novedad aconteció cuando se sintieron escuchados y pudieron encontrar una búsqueda honesta de sus vivencias.
Un cambio de mirada sobre la mirada, como lo llama Humberto Maturana, permite poner entre paréntesis esas afirmaciones y certezas que nos inmovilizan para avanzar en el terreno de la confianza. Allí, con las alumnas, se creó un nuevo hábitat donde lo frágil de nuestros temores y nuestros sueños podía emerger. Allí creció una condición nueva en la relación que fue la confianza. Esa confianza, que en los modelos de la ética formal carece de toda vinculación a experiencias sensibles.
Hacia lo profundo de la realidad
Cuando nuestra escucha atenta permitió que cada adolescente se sintiera escuchado, su camino se dirigió hacia la interioridad. Fue una gran sorpresa: caminaron hacia dentro de sí mismos.
Allí guardaban vivencias profundas, residuos de la infancia (“Extraño a mi abuela”, “¿Por qué murió mi marido?”). Frente a nuevas preguntas, hallaron una comprensión sin necesidad de respuesta. No es la respuesta, sino la presencia que habilita el pensar compartido. Vida, muerte, justicia y verdad son misterios luminosos para explorar en comunidad. Valoro la imagen de la comunidad como trama que sostiene preguntas y permite respuestas, rompiendo el modelo jerárquico de saber y poder. Desde la intimidad personal surgió una nueva intimidad social donde ya no escandalizaba sufrir o preguntarse. El paradigma del caos reveló el poder transformador.
En las semanas siguientes, poemas, artesanías y dibujos ampliaron nuestro espacio comunitario: ya no el aula ni el papel, sino las emociones compartidas.
Aprendizaje ético y social
Nuestro compromiso institucional es garantizar un espacio de formación con fundamentación científica, donde todos asumamos el reto de responder a los niveles de aprendizaje en cada asignatura escolar.
Mirar la vida frágil despertó acciones dirigidas desde sus protagonistas. Surgieron tres modelos autoorganizados, generados por tres demandas sociales, que pusieron en marcha capacidades y disposiciones diversas.
Se abrió un nuevo escenario. Y de él brotó un ethos renovado —una “pandemia” de colaboración— orientado a construir un espacio vital que integrara lo social. No intentamos resolverlo todo, sino vivir la cercanía transformadora que despliega la realidad.
Hoy la educación debe entenderse como tarea de cuidado, desplazando el cumplimiento heterónomo hacia una autodisciplina creativa. La promesa se instala en el tiempo, no como sucesión de actos, sino como presencia compartida ante la realidad. Prometer es el acto más valeroso de libertad, pues nos arrastra a la incertidumbre del futuro unidos en vínculo humano, no en circunstancias. Sólo así nuestros compromisos tejen vida afirmativa, mientras la frustración, lógica del poder, anula procesos y desgasta decisiones.
Cuando el lazo se forja desde la libertad del cuidado, brotan nuevas auto organizaciones: explosiones de inteligencia y afecto libre, responsable, con posibilidades inéditas, como partículas en expansión.
Cada logro despertó nuevas oportunidades de amor y autonomía. El efecto más esperanzador se expresó en los adultos mayores y en los niños y adolescentes acompañados. Muchos de ellos, con graves carencias afectivas, respondían con violencia y un lenguaje de burla. Aprendimos a no escandalizarnos por sus palabras: contestamos con las nuestras, incorporando canciones y poesía para enseñarles nuevos modos de sentir.
Palabras y gestos renovados revelaron otras formas de coexistir: hacer y aprender juntos. Descubrimos que necesitamos al otro para reconocer que valemos la pena.
Hoy tengo la posibilidad de mirar desde la matriz del cosmo, como nos recordaba el Papa Francisco. Es un modo de elegir vivir lo que podemos compartir en colaboración y en sacrificio.
La escuela debe leer y encontrar afuera los desafíos para la preparación indispensable en los lenguajes y escenarios de una sociedad cambiante. Se hizo necesario volverse una escuela puente; entrar en diálogo, incorporar lenguajes y metodologías cibernéticas, e incluir nuevos saberes que logren una mejor comprensión de la realidad. Pero no alcanza abrir las puertas. Es necesario incorporar en la formación docente, en los estándares evaluativos, la capacidad relacional, como currículo transversal, consolidando una visión socio comunitaria de toda persona. Que en este esfuerzo educativo encontremos más recursos y alicientes para construir nuestro país como una red que contiene posibilidades y frutos para todos.”
FUENTE: Cecilia Blanco se incorporó a la Academia Nacional de Educación hace poco tiempo dando lugar a esta presentación en un espacio compartido. Ella es Maestra Normal Nacional, Prof. en Filosofía y Pedagogía, Lic. en Filosofía (USAL), Magíster en Doctrina Social de la Iglesia (U. de Salamanca), Doctora en Pedagogía con especialización en mediación pedagógica (U. La Salle de Costa Rica y U. Antonio Valdivieso de Guatemala). Fue directivo y docente en los niveles secundario y superior universitario y no universitario. Conferencista en congresos nacionales e internacionales. Autora de varias publicaciones.


