La Licenciada en Psicopedagogía María Zysman, fundadora de la Asociación Civil Libres de Bullying, resalta la necesidad de “promover la educación digital desde edades tempranas”. Su mensaje a directivos y docentes no deja margen de dudas: “La escuela es el espacio privilegiado para enseñar a los chicos a ser libres” “y a encontrar en el vínculo humano la fuerza que ninguna pantalla puede dar”.
Vivimos en un tiempo en el que la vida cotidiana de niños, niñas y adolescentes está atravesada por las pantallas. Celulares, tablets, videojuegos y redes sociales son parte de su paisaje habitual, a veces desde edades tempranísimas. La tecnología ofrece infinitas posibilidades de aprendizaje, comunicación y entretenimiento, pero también expone a riesgos cada vez más serios que requieren nuestra atención como adultos responsables.
En los últimos años he visto con preocupación cómo se multiplican situaciones relacionadas con apuestas online, compras compulsivas y desafíos virales en redes sociales. Estos fenómenos, aunque parecen distintos, comparten una misma lógica: la ilusión de que la propia valía depende de cumplir con una consigna externa, de pertenecer a un grupo virtual, de arriesgarse o de demostrar éxito a través del consumo.
Las apuestas online, por ejemplo, se presentan como juegos inocentes, accesibles desde cualquier celular. Sin embargo, sabemos que cada vez más niños y adolescentes apuestan impulsiva y compulsivamente. Esto está creciendo en la Argentina y en el mundo: chicos que empiezan “probando suerte” y terminan atrapados en dinámicas que no sólo ponen en riesgo su economía, sino también sus vínculos, su tiempo y su capacidad de concentrarse en la vida real.
Lo mismo sucede con las compras digitales compulsivas. Plataformas de venta rápida, influencers que promueven productos y la lógica de la inmediatez empujan a los más jóvenes a pensar que el valor está en tener, acumular y mostrar. Un clic basta para satisfacer el impulso, pero la sensación de vacío persiste.
En el caso de los desafíos virales de TikTok u otras redes, se juega algo todavía más delicado: la idea de que, para ser valientes, aceptados o importantes, los chicos deben exponerse al peligro, lastimarse o ridiculizarse frente a una cámara. Muchos adolescentes me cuentan en los talleres que sienten presión: “Si no lo hago, quedo afuera”. Lo que en realidad queda afuera en esos casos es lo más importante: su derecho a ser respetados y a respetarse.
Ante este panorama, me resuena con fuerza una frase del Papa Francisco en su exhortación Christus Vivit (2019):
“No permitan que les roben la esperanza y la alegría, que los narcoticen para utilizarlos como esclavos de intereses ajenos. Atrévanse a ser más, porque su ser importa más que cualquier cosa”.
Esta advertencia no podría ser más actual. Las pantallas y las industrias digitales —que muchas veces funcionan como verdaderas máquinas de captura de la atención— pueden adormecer y obnubilar a los chicos, robarles la alegría genuina del encuentro real, del juego compartido, del tiempo sin consumo. Convertirlos, en definitiva, en esclavos de intereses ajenos.
Por eso, en cada encuentro con niños y adolescentes, me gusta recordarles que su valor no está en lo que hacen para mostrar en las redes, ni en el riesgo que se animan a correr, ni en la cantidad de likes que reciben. Su valor, en cambio, radica en algo mucho más profundo e inalterable: ser personas humanas, únicas, irrepetibles, dignas de respeto y amor.
El desafío que tenemos como educadores, familias y adultos acompañantes es enorme. No alcanza con prohibir ni con controlar desde afuera: necesitamos generar espacios de escucha, de diálogo sincero, de contención. Los chicos no necesitan sermones moralizantes sino adultos que los miren a los ojos, que los reconozcan en sus búsquedas y que les ofrezcan horizontes de esperanza.
También tenemos que animarnos a poner palabras los riesgos concretos. Hablar de grooming, de apuestas, de consumos digitales, de desafíos peligrosos, sin eufemismos ni tabúes. Nombrar lo que sucede es la primera manera de ayudar a los chicos a tomar conciencia y darles herramientas para elegir de otro modo.
A la vez, es imprescindible promover la educación digital desde edades tempranas. Así como enseñamos a mirar antes de cruzar la calle, también debemos enseñar a pensar antes de aceptar un reto, de compartir una foto o de gastar dinero en una aplicación. El pensamiento crítico no se desarrolla de un día para otro; se cultiva con paciencia, con ejemplos y con conversaciones cotidianas.
En el fondo, lo que está en juego es cómo construimos con ellos la certeza de que son valiosos por lo que son y no por lo que aparentan ser en una pantalla. Frente a la lógica del mercado, que busca reducirlos a consumidores o a “usuarios”, tenemos la oportunidad de transmitirles algo distinto: que sus vidas son únicas, que sus sueños importan y que tienen derecho a crecer libres, con alegría y confianza.
A los directivos y docentes les digo con convicción: la escuela es el espacio privilegiado para enseñar a los chicos a ser libres frente a lo que los captura, a recuperar la esperanza frente a lo que los desanima, y a encontrar en el vínculo humano la fuerza que ninguna pantalla puede dar.
Ese es nuestro desafío: no competir con las pantallas, sino ofrecer lo que ellas jamás podrán brindar: la certeza de ser valiosos simplemente por existir, por ser parte de una comunidad que los cuida y los impulsa a crecer.

María Zysman
María Zysman participó en uno de los Encuentros Nacionales de Educadores promovidos por el Consudec en el colegio La Salle. Es Licenciada en Psicopedagogía (Universidad del Salvador). Posgraduada en Autismo y TGD, y en Déficit de Atención y Dificultades de Aprendizaje (Universidad Favaloro). Es directora del equipo de diagnóstico, prevención e intervención Libres de Bullying. Formó parte de la Unidad Sanitaria Nº21 en Bologna, Italia. Capacitadora de equipos directivos y docentes; facilitadora de talleres de prevención de bullying para alumnos, realizados en toda la Argentina y en varios países de la región. Autora de varios libros: “Bullying. Cómo prevenir e intervenir en situaciones de acoso escolar” Editorial Paidós (2014) y “Ciberbullying, cuando el maltrato viaja en las redes” Editorial Paidós (2017). Es coautora, con la Dra. Mónica Coronado (Universidad de Cuyo), del libro de Ed. Bonum: “Guía para construir vínculos libres de bullying y Ciberbullying”. Ambas han coincidido una y otra vez en la necesidad de crear ambientes saludables y pacíficos para docentes, estudiantes y familias, como oasis en un mundo que aparece muchas veces fracturado y en actitud de legitimar el maltrato.


