“Los invito a situarnos cordialmente en este cambio de época” sostiene Luis Aranguren, Teólogo y Filósofo español, reconocido por su actividad como editor del grupo SM. El plantea que “en el pacto educativo global el papa Francisco y a partir del covid, nos hace una advertencia: cómo estamos entendiendo la realidad, y cómo nos relacionamos con ella”. Un paso previo para proponer “el cuidado como desafío educativo”.
El profesor Luis Aranguren fue director editorial de PPC, un educador muy conocido en España por sus numerosas publicaciones. A lo largo de esta pandemia, escribió un libro titulado “Es nuestro momento” donde intenta – como dijo – “poner unas notas sobre el cuidado” que explica y desarrolla como una invitación para todos los educadores.
Aranguren dice que “previamente, hay que tener en cuenta a toda esta generación de estudiantes que dentro de quince años van a tener que tomar las decisiones que nosotros, personas de a pie, ciudadanos, o políticos, no hemos sido capaces de tomar hoy. Ya no habrá más tiempo para seguir observando el momento que afrontamos. Por eso en el pacto educativo global, el papa Francisco nos advierte cómo estamos entendiendo la realidad a partir del covid 19”
Para este educador, “volver a las fuentes que tienen que ver con activar algunas revoluciones pendientes como educadores, como personas y como comunidad”.
Una revolución reflexiva
Es el título además del último libro del biólogo Humberto Maturana, educador chileno que falleció hace poco. La pandemia nos ha enseñado el deber de parar la máquina de nuestro desarrollo equivocado. Activar los frenos de emergencia de este crecimiento alocado que viene desde 1930. Y para detenernos tenemos que escuchar lo que nos está diciendo la realidad.
Hay que despertar. Creo que hay mentiras existenciales que el propio sistema nos ha venido inundando y que nos repetimos en las propias instancias educativas: “podemos con todo”; “vivimos en un mundo ilimitado” o “aquello que podemos soñar se puede convertir en realidad al día siguiente”. Creemos en la mentira de una tecnología que de repente aparece y que nos saca de la situación en la que nos encontramos. A veces nos lleva a creer en que lo primero soy yo, mis intereses o mi vida y nadie me dice lo que tengo que hacer.
La revolución reflexiva de alguna manera nos hace salir de la maraña de confusiones y proporciona lucidez para activar los frenos de una educación funcional a un modelo de progreso o de crecimiento alocado.
Para ello tenemos que hacer también una revolución del silencio. Porque la incertidumbre no es una circunstancia que vivimos, sino que es el suelo que habitamos. Y esto nos lleva a vivir en clave de cuidado.
Revolución espiritual
Nos hace preguntar desde dónde estamos educando… muchas veces hablamos sin parar de las metodologías educativas, pero no nos preguntamos ¿cuál es la fuente de nuestro actuar? Nos movemos como si fuéramos expertos en algunos temas y en otros no, pero hemos olvidado la sabiduría del vivir y el convivir.
Esta es una de las grandes preguntas de la educación, ¿para qué tipo de vida o para qué tipo de convivencia estamos educando?
Por eso, vivir en el cuidado nos hace pensar en lo que dice Einstein; ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de conciencia en el que se ha creado. Para el científico muchas veces es necesario volver a sentarnos, discutir los temas, evaluar nuevos paradigmas y comprender qué debemos generar. Entonces, ¿a qué nos lleva esta cuestión en términos educativos? ¿estamos educando para el éxito profesional, el prestigio, o para ingresar alumnos en el mercado laboral tal como está? ¿No hay otras expectativas? ¿otros objetivos o fines? ¿Otras fuentes?
Transformaciones pendientes
Humberto Maturana siempre decía que toda transformación no siempre es un proceso de cambio, o pasaje de una cosa a la otra, sino que hay metamorfosis: algo que conservamos y algo que cambiamos. ¿Qué podemos conservar de esta mutación, de este giro educativo de cambio de época?
Aquí aparece el cuidado, y para mí el fundamento del cuidado son los vínculos. Desde lo educativo, el cuidado con la vida de las personas y con todos los factores que forman parte de la comunidad.
Cuando se pone como centro a la persona, tendríamos que re pensar cuáles son nuestras prioridades en el acto educativo. ¿A qué estamos llamando excelencia? Porque ¡la hemos re convertido en simple meritocracia, competencia o elitismo!
La transformación de una comunidad educativa me conduce a tres preguntas: ¿cómo se toman las decisiones? ¿estamos instalados en modelos jerárquicos de comportamiento y decisión? o avanzamos hacia modelos más circulares de autoridad, de mayor participación de inteligencia solidaria y colaborativa.
En segundo lugar, ¿cómo resolvemos los conflictos? ¿importa más la norma que la persona? ¿caben los procesos de justicia restaurativa? Y ¿qué contenidos se les dan a las tutorías? La tutoría es una carga añadida que nadie quiere portar o es una posibilidad de acogida, de acompañamiento…
Por lo tanto, la revolución de las transformaciones; es una revolución ética de la cultura del cuidado. Nos ayudará a rendirnos a una mejor versión del futuro que podemos tener como comunidad educativa
Más que una cultura de valores, es la instauración de toda una relación educativa. Donde se inaugura una etapa de crecimiento personal para ese “alguien” a través de la acción educativa. Como decía Hanna Arendt, ese “alguien” es previo a cualquier programación, o planificación.
Desde esa atmósfera, la cultura del cuidado se concreta en ese saber saludar, saber visibilizar, hacer crecer al otro… Porque cuidar es ser parteros de la dignidad más escondida que anida en cualquier niño, niña o joven.
Por tanto, la revolución ética del cuidado significa ir elaborando también esa cultura que prevenga acosos o abusos indebidos de cualquier tipo, que genere un marco ético de actuación para saber qué queremos promover desde nuestra identidad cristiana. No como una defensa doctrinal sino como un despliegue evangélico donde el cuidado tiene que estar en el centro de nuestra acción.
Es una espiral que emerge desde el sentimiento de saber que estamos vinculados unos con otros. Y que, de la calidad de nuestros vínculos, aferrados a la vida, vendrá la calidad de nuestros cuidados.
La calidad depende de lo invisible; de cómo abonamos esta tierra. Porque la indiferencia hacia otro, la desvinculación, es el gran problema de nuestro tiempo.

Fuente: Luis Aranguren es doctor en Teología por la U. de Salamanca, y doctor en Filosofía, Universidad Complutense de Madrid. Autor de numerosas publicaciones y del libro: “Es nuestro momento” El cuidado como desafío educativo. Del grupo SM, que salió a la luz en este tiempo de pandemia.