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Novedades

Pandemia y Fraternidad Universal

La Pontificia Academia para la Vida publicó una nota sobre la situación de la pandemia que se propaga a nivel mundial. Su presidente, el cardenal Vincenzo Paglia, planteó una doble preocupación: cómo ayudar a los más débiles y salir fortalecidos en la solidaridad y hacer que de esta crisis surja un “plus” de fraternidad. El documento tiene siete páginas: aquí, un resumen.

Toda la humanidad está siendo puesta a prueba. La pandemia de Covid-19 nos pone en una situación de dificultad sin precedentes. Estamos experimentando dolorosamente una paradoja que nunca hubiéramos imaginado: para sobrevivir a la enfermedad debemos aislarnos unos de otros, pero si aprendiéramos a vivir aislados unos de otros, nos daríamos cuenta de lo esencial que es para nuestras vidas, vivir con los demás.

En medio de nuestra euforia tecnológica y gerencial, nos encontramos social y técnicamente poco preparados ante la propagación del contagio: hemos tenido dificultades en reconocer y admitir su impacto. E incluso ahora, estamos luchando fatigosamente para detener su propagación.

En esta línea, la Pontificia Academia para la Vida, se propone situar algunos de los elementos distintivos de esta situación dentro de un espíritu renovado que debe nutrir la socialidad y el cuidado de la persona.

La coyuntura excepcional que hoy en día desafía a la fraternidad de la humana communitas debe transformarse en una oportunidad para que este espíritu de humanismo modele la cultura institucional en el tiempo ordinario: en el seno de los pueblos individuales, y en los vínculos entre los pueblos.

Solidarios en la vulnerabilidad y en los límites

En primer lugar, la pandemia pone de relieve con una dureza inesperada la precariedad que marca radicalmente nuestra condición humana. En algunas regiones del mundo, la precariedad de la existencia individual y colectiva es una experiencia cotidiana, debido a la pobreza que no permite que todos tengan acceso a la atención médica, aunque esté disponible, o a los alimentos en cantidades suficientes…

En otras partes, las zonas de precariedad se han ido reduciendo progresivamente gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, hasta el punto de hacernos ilusiones de que somos invulnerables o de que podemos encontrar una solución técnica para todo.

Sin embargo, por mucho esfuerzo que hagamos, no ha sido posible controlar la actual pandemia. Esta traumática situación nos parece dejar claro que no somos dueños de nuestro propio destino.

Hasta la ciencia muestra sus propios límites. Ya lo sabíamos: sus resultados son siempre parciales, ya sea porque se concentra -por conveniencia o por razones intrínsecas- en ciertos aspectos de la realidad dejando fuera otros, o por el propio estado de sus teorías, que son, en todo caso, provisionales y revisables.

El brote de epidemias es ciertamente una constante en la historia de la humanidad. Y es probable que encontremos una solución para aquello que nos está atacando ahora. Sin embargo, tendremos que hacerlo sabiendo que este tipo de amenaza está acumulando su potencial sistémico a largo plazo.

En segundo lugar, tendremos que abordar el problema con los mejores recursos científicos y organizativos que dispongamos: evitar el énfasis ideológico en el modelo de sociedad que hace coincidir la salvación y la salud. Sin tener que ser consideradas como una derrota de la ciencia y la técnica – que sin duda siempre tendrán que entusiasmarnos con su progreso, pero al mismo tiempo nos obligan también a convivir humildemente con sus limitaciones – la enfermedad y la muerte son una profunda herida para nuestros más queridos y profundos afectos: que no deben, sin embargo, imponernos el abandono de su justicia y la ruptura de sus lazos.

 Si nuestra vida es siempre mortal, esperamos que el misterio de amor sobre el que ésta reside, no lo sea.

Solidarios en la vulnerabilidad y en los límites

Ahora, más que nunca, en esta terrible coyuntura, estamos llamados a tomar conciencia de esta reciprocidad sobre la que reposan nuestras vidas. Darse cuenta de que cada vida es una vida común, es la vida de unos y otros. Tal vez hemos erosionado descuidadamente este patrimonio…

Ahora, más que nunca, en esta terrible coyuntura, estamos llamados a tomar conciencia de esta reciprocidad sobre la que reposan nuestras vidas. Darse cuenta de que cada vida es una vida común, es la vida de unos y otros

Dos formas de pensar bastante burdas, que se han convertido en sentido común y puntos de referencia en lo que respecta a la libertad y los derechos, están siendo cuestionadas. La primera es “Mi libertad termina donde comienza la del otro”. La fórmula, ya peligrosamente ambigua en sí misma, es inadecuada para la comprensión de la experiencia real y no es casualidad que sea afirmada por quienes están en posición de fuerza: nuestras libertades siempre se entrelazan y se superponen, para bien o para mal. Es necesario, más bien, aprender a hacerlas cooperar, en vista del bien común y superar las tendencias, que incluso la epidemia puede alimentar, de ver en el otro una amenaza “infecciosa” de la que distanciarse y un enemigo del que protegerse.

La segunda: “Mi vida depende única y exclusivamente de mí”. Esto no es así. Somos parte de la humanidad y la humanidad es parte de nosotros: debemos aceptar estas dependencias y apreciar la responsabilidad que nos hace participantes y protagonistas. No hay derecho alguno que no tenga como implicación un deber correspondiente: la coexistencia de lo libre e igual es un tema exquisitamente ético, no técnico.

Por lo tanto, estamos llamados a reconocer, con nueva y profunda emoción, que estamos encomendados el uno al otro. Nunca antes la relación de los cuidados se había presentado como el paradigma fundamental de nuestra convivencia humana.

Lo vemos con especial claridad en la dedicación de los trabajadores de la sanidad, que ponen generosamente todas sus energías en acción, a veces incluso a riesgo de su propia salud o vida. Su profesionalidad es ante todo una esfera de expresión de significados y valores, y no sólo una “mercancía” que se intercambia por una remuneración.

 No hay que olvidar a todas esas mujeres y hombres que cada día eligen positiva y valientemente proteger y alimentar esta fraternidad. También las madres y los padres de familia, los ancianos y los jóvenes; son personas que, incluso en situaciones objetivamente difíciles, siguen haciendo su trabajo con honestidad y conciencia; … y los responsables de las comunidades religiosas que siguen sirviendo a las personas que les han sido confiadas, incluso a costa de sus vidas, como han puesto de relieve las historias de muchos sacerdotes italianos que han fallecido por Covid-19.

En el plano político, la situación actual nos insta a tener una mirada lo suficientemente amplia.

En las relaciones internacionales…, hay una lógica miope e ilusoria que trata de dar respuestas en términos de “intereses nacionales”. Se necesita una visión abierta, y elecciones, que no siempre van de acuerdo con los sentimientos inmediatos de las poblaciones individuales.

Dentro de una dinámica tan marcadamente global, las respuestas para ser eficaces no pueden quedar limitadas a sus propios confines territoriales.

Ciencia, Medicina y Política: el vínculo social puesto a prueba

Las decisiones políticas tendrán ciertamente que tener en cuenta los datos científicos, pero no pueden reducirse a este nivel. Permitir que los fenómenos humanos se interpreten sólo sobre la base de categorías de ciencia empírica sólo produciría respuestas a nivel técnico. Terminaríamos con una lógica que considera los procesos biológicos como determinantes de las opciones políticas.

Lo que necesitamos en cambio es una alianza entre la ciencia y el humanismo, que deben ser integrados y no separados o, peor aún, contrapuestos. Una emergencia como la de Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad. Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad.

 Además, es necesario formular criterios que sean, en la medida de lo posible, compartidos y argumentados, para evitar la arbitrariedad o la improvisación en situaciones de emergencia, como nos ha enseñado la medicina de catástrofes.

El riesgo de una epidemia mundial requiere, en la lógica de la responsabilidad, la construcción de una coordinación mundial de los sistemas de salud.

También es necesario que la autoridad que puede considerar las emergencias con una visión de conjunto, tomar decisiones y orquestar la comunicación, se tome como referencia para evitar la desorientación generada por la tormenta de comunicaciones que se desata (infodemia), con la incertidumbre de los datos y la fragmentación de las noticias.

La obligación de proteger a los débiles: la fe evangélica a prueba

En este panorama, se debe prestar especial atención a los que son más frágiles, sobre todo, los ancianos y discapacitados. En igualdad de condiciones, la letalidad de una epidemia varía según la situación de los países afectados.

 Habrá muchas más muertes allí donde no se garantice a las personas una simple atención sanitaria básica en su vida cotidiana.

También esta última consideración, nos insta a prestar mucha atención a la forma en que hablamos de la acción de Dios en esta situación histórica. No podemos interpretar los sufrimientos por los que pasa la humanidad en el crudo esquema que establece una correspondencia entre la “majestad herida” de lo divino y la “represalia sagrada” emprendida por Dios. Si consideramos entonces, que de esta manera serían los más débiles los más castigados, precisamente aquellos por los que Él se preocupa y con los que Se identifica, vemos cuan equivocada es esta perspectiva. Escuchar las Escrituras y el cumplimiento de la promesa de Jesús nos muestra que estar del lado de la vida, se concretiza en gestos de humanidad hacia el otro. Cada forma de solicitud, cada expresión de benevolencia es una victoria del Resucitado. Es responsabilidad de los cristianos dar testimonio de Él. Siempre y para todos.

La oración de intercesión

Este grito de intercesión del pueblo de los creyentes es el lugar donde podemos aceptar el trágico misterio de la muerte, cuyo temor marca hoy la historia de todos nosotros.

En la Cruz de Cristo es posible pensar en la forma de la existencia humana como un gran pasaje: la cáscara de nuestra existencia es como una crisálida que espera la liberación de la mariposa. Toda la creación, dice San Pablo, vive “los dolores del parto”. Es bajo esta luz que debemos entender el significado de la oración.

En cualquier caso, también aquellos que no compartan la profesión de esta fe pueden extraer del testimonio de esta fraternidad universal las huellas que conducen a la mejor parte de la condición humana. La humanidad que no abandona el campo en el que los seres humanos aman y luchan juntos, por amor a la vida como un bien estrictamente común, se gana la gratitud de todos y es un signo del amor de Dios presente entre nosotros.

Fuente: www.vaticannews.va/es/

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